Con el Día de los Muertos llega en los cementerios el momento de limpiar y ordenar, como forma de honrar a los fieles difuntos. Los puestos de flores aumentan su oferta y en muchos de ellos se destacan los ramos artificiales, cuyos colores no se alteran con el paso del tiempo. Flores que en algunos cementerios privados ya fueron prohibidas, pero que adornan desde siempre las tumbas de los cementerios populares. Cementerios que pueden asemejarse a pequeños pueblos, con calles, casitas y monumentos que en este día se llenan de color, ofrendas y una presencia casi festiva de familiares y amigos. Muchos de ellos, cargados de banquitos, comida y bebida, se preparan para pasar el día en compañía de sus muertos. La muerte parece aquí menos solemne, más familiar. La presencia de la religiosidad popular carga estas prácticas de afectividad, promesas, almas milagreras y mitos que se entrelazan con la religión oficial. Si bien la conciencia de la propia muerte es un rasgo específicamente humano, para muchos la muerte no parece asomarse al final de la vida, sino en la vida misma. El consuelo del dolor por la ausencia del ser querido proviene en la religiosidad popular de una fe que, con la esperanza en la eternidad, busca permanentemente mitigar los dolores y sufrimientos de la vida cotidiana. Entonces el acompañar y agasajar a los muertos en este día sea tal vez un modo de aliviar el miedo, no a la muerte misma, sino al olvido.
La muerte parece menos solemne
Ingrid Placereano | Prof. de Filosofía - Facultad de Filosofía y Letras - UNT